Una de las circunstancias que probablemente más ha influido en el concepto que la sociedad occidental tiene de la muerte es el lugar y la forma en que el hombre muere. Cada posible escenario conlleva un tipo de afrontamiento y una reactividad bien diferenciadas por parte del acompañante u observador. Asimismo, el tipo o causalidad de la muerte desencadena procesos cognitivos y emocionales distintos.
El terremoto y el tsunami ocurridos en Japón en estos días, están catalogados como fenómenos con pérdidas múltiples, inesperadas y altamente traumatizantes; no sólo para unos pocos individuos, allegados a los fallecidos, sino para un colectivo total, que supera las fronteras gracias a los potentes medios de comunicación. De esta manera, la muerte se convierte en una conmoción global, colectiva, con unas repercusiones de distinta intensidad, según capacidades empáticas, personalidades o proximidad a las fuentes de información sobre la tragedia.
Tipos de poblaciones ante el duelo y el dolor
La devastación y huella de muerte y dolor que deja tras de sí una catástrofe, divide azarosamente al conjunto de la población. Por lo tanto, una vez ocurrida la tragedia, tenemos distintos sectores poblacionales con impactos psicológicos comunes (dolor extremo), pero con proyecciones terapéuticas y planos vitales signficativamente distintos.
El sector “cero” sería toda la población de fallecidos. El abordaje de estos seres humanos (fallecidos) pasa aparentemente por tareas simples. Pues bien, en las tragedias, también las tareas con esta población “cero” se complican extraordinariamente: procesos forenses y peritajes que requieren de alta tecnología. Todo ello supone tiempo, el cual repercutirá en otro sector poblacional relacionado con este sector: los familiares. A mayor tiempo y mayor complejidad del ritual de enterramiento, mayor dolor, mayor tensión, mayor indefensión, mayor rabia e ira y más probabilidad de sucumbir en otras patología psíquicas.
En el sector “primero” estarían las víctimas que han sobrevivido a la tragedia o desastre. Dentro de este sector poblacional, volvemos a encontrar otros grupos incardinados unos dentro de otros. Tendríamos las víctimas adultas y las víctimas infantiles, consideradas, en el tramo emocional del dolor, hasta la adolescencia. Dentro de cada una de estos bloques tendríamos dos divisiones más:
- Heridos graves con secuelas permanentes, lo cual va a suponer una integración, abordaje e impacto mucho más intenso y clínico,
- Heridos leves con traumatismos resolubles en un plazo corto de tiempo, dentro de los cuales, el abordaje terapéutico iría encaminado unidireccionalmente a solucionar el estrés postraumático. Es imprescindible separar en este sector las diferencias mentales ante el dolor y el trauma entre un adulto y un niño
El sector “segundo” serían los familiares. Nos volvemos a encontrar con subconjuntos dentro de esta población “diana”. En primer lugar, los familiares adultos:
- De un lado tendríamos a los familiares adultos de fallecidos, los cuales tienen un impacto de dolor y sorpresa profunda, inesperada, lacerante, pero con expectativas cerradas para la integración del sentido vital de ese familiar; han de asimilar la pérdida y desaparición del ser querido.
- De otro lado, están los familiares de heridos graves, los cuales comparten con los primeros el impacto del dolor, pero tiene una lucha por el sentido vital de su ser querido, tienen una dimensión muy positiva dentro de todo el caos emocional: la esperanza.
- Por otro lado, están los familiares de heridos leves, los cuales, se sienten aliviados, tocados por la suerte, agradecidos al destino, pero al ser testigos directos de la tragedia, se sienten altamente culpables por ser afortunados frente a los desdichados.
El otro gran bloque dentro de este segundo eje familiar, serían los niños familiares. La infancia merece un capítulo muy especial porque se procesa y se vive cada estímulo de forma diferente al mundo adulto, y según se integre así nos dará un perfil de personalidad adulta. Así pues, estarían
- Los niños familiares de fallecidos, ante los cuales el abordaje de la muerte es muy distinto al de los adultos.
- Y por último, el de los niños de familiares heridos leves o graves, ante los cuales el niño se sentirá solo, desprotegido y temeroso