Escrito en Noviembre de 2010
Hace tan sólo unos días hemos celebrado el día contra la violencia y el maltrato a las mujeres. Diariamente, los tribunales de justicia imparten la parcialidad a la hora de adjudicar la guarda y custodia de los hijos a la madre por el mero hecho de ser mujer. De otro lado, asistimos a debates políticos improductivos sobre la paridad, haciendo casus beli de un número no equitativo de mujeres frente a hombres. La figura de la mujer nunca ha estado tan defendida, exageradamente difundida y con tan poca incidencia en el verdadero concepto de rol y de género como complementariedad de lo masculino.
El mundo occidental ha vuelto la cara a la figura del padre, renegando así de aspectos de autoridad y vitalismo que esto supone. Tiene un pensamiento infantil e irrealista. Los niños y jóvenes tienen la nostalgia de una mirada de padre como modelo de herencia, de vida, de fatiga, de placer y de dolor. El hombre propuesto por Occidente es un corporate man, que se compone de una mochila psíquica y emocional muy definida: ha de tener una estética impecable, ha de ser políticamente correcto, poco rígido, nada exigente, fácil en sus emociones pero poco emotivo con su prole.
Los más jóvenes tienen una añoranza de un padre valiente, un padre que no tenga miedo a ejercer y ser un padre. La sociedad actual del divorcio fácil y del aborto clandestino le deja poco margen para expresarse. El "pseudopadre" debe ser un cajero automático, debe garantizar un nivel de vida que garantice un consumismo para todos sus miembros, del resto de funciones parentales ya se ocupará el Estado. El mensaje que recibe el varón occidental que tiene prole es: Haga el favor de callarse.
La figura del padre es esencial para la procreación, para la vida y el desarrollo. Sin su presencia el ser se debilita y tiende a perder su propia existencia. El niño adquiere fuerza y dinamismo con la imagen paterna, mientras que recibe tranquilidad y seguridad con la figura materna. Esta distribución de la Ley Natural está por encima de criterios políticos y avatares progresistas. Con la realidad evolutiva de los más pequeños no debemos nunca experimentar. Los resultados de esta distribución tradicional de roles y sexos nos ha demostrado que numéricamente funciona, excepto en casos muy reducidos donde se unen la genética y la sociabilidad distorsionada. Los nuevos experimentos sociales empezamos a valorarlos y a sufrirlos en la carne de los más débiles y de los que no tienen voz, aunque tengan defensores e instituciones varias.
El padre enseña que la vida no es sólo satisfacción, seguridad y protección, sino pérdida, privación, dolor y fatiga. En la vida del hombre el padre transmite la enseñanza del dolor. Le arranca simbólicamente al hijo de una situación placentera y regresiva que tendería a perpetuarse en brazos y regazo de la madre. Esta sociedad tan feminista y antiautoritaria ha denostado toda la fuerza y normativa de la figura masculina, dejando a unos hijos en una situación precaria, regresiva e inmadura y a merced de las circunstancias vitales que no van a poder encajar y superar con criterios de autonomía y plenitud.
Al situarnos frente a la herida de la pérdida materna y el dolor del crecimiento que nos enseña la mano del padre, perdemos la herida narcisista, hecho necesario y único para poder abandonar dimensiones egocéntricos y situarnos ante la realidad del otro y percibir el mundo más allá de nuestro centro. Sin la experiencia del dolor y de la fatiga vital no hay experiencia de lo humano.
El sentido profundo de la paternidad es el crecimiento vital. Cuando el niño se topa con el hombre adulto y padre, portador de la norma y la represión (enseñanza del no ante situaciones dañinas), siente que no es todopoderoso, que está sujeto a unas normas, a veces penosas, pero que tiene que respetar. Desde esta evolución e integración familiar el niño y el joven se libera de la angustia.
La sociedad actual ha renegado de la figura paterna a través de paradigmas antiautoritarios y propagandas feministas, entre tanto, decenas de niños y jóvenes que han estado inmersos en estas nuevas estructuras relacionales y familiares han padecido dos tipos de trastornos clínicos que les ha llevado a tener sufrimientos y desorientaciones vitales:
1.-Niños con depresiones difusas por falta de una figura paterna, masculina y normativa que introyectar para su equilibrio y armonía.
2.-Regresiones y marasmos psíquicos intensos con traducción directa e inmediata en aspectos personales, sociales y académicos: fracaso escolar, adiciones, personalidades apáticas y desmotivadas.
La sociedad actual ha renegado de la figura del padre para poder atribuirse mayor poder y rango sobre las poblaciones más vulnerables, de este modo, puede legislar y gobernar atribuyéndose la unicidad de criterio y dominio normativo. El Estado se atribuye para sí la función correctora y represiva que le corresponde por Ley Natural y relacional al padre. Este acompañamiento original de la creación y la educación genera en el niño y joven la confianza en la vida, en el futuro y en sus congéneres. Al verse mutada esta relación de poderes y roles, el sujeto más joven siente una profunda desconfianza y una falta intensa de referencias y vínculos, dejándolo a merced de los vaivenes políticos o los legisladores de turno.
Las raíces de este desmoronamiento de la figura paterna se sitúan en diferentes momentos históricos que han ido configurando lenta, pero segura la transición de la crianza del padre al Estado. La secularización a partir de la Revolución Francesa de ámbitos sociales y educativos, la reforma protestante y la pedagogía luterana han facilitado un farallón insalvable entre lo terrenal y lo espiritual, dejando a lo primero todo lo relativo a la familia y a los hijos, mientras que el ámbito trascendente era tan sólo de ejercicio privado e individual. La pedagogía protestante abomina del estilo de crianza y relación con la figura paterna de modo sencillo, honesto y vital, en aras de una familia más consumista, proyectada en el éxito, los resultados y la incertidumbre.
El resultado de tantos años y políticas que han asentado tales principios ha sido un hombre metrosexual, inmaduro, irresponsable, merced de los dictámenes de la sociedad consumista y la ferocidad de la política. Hemos descubierto los primeros padres fatherless. El padre hace unas generaciones iniciaba a los hijos en los ritos de dominio y canalización de la agresividad, de no realizarse ordenadamente y contemplando la realidad constitutiva del hombre y su organicidad, el hombre se vuelve destructivo contra él mismo y contra los demás. El hombre sin padre no tiene rostro, ni identidad, ni freno. El nuevo hombre fatherless está lleno de rabia y sadismo que puede desviar patológicamente su rabia en los más débiles: mujeres y niños.
“Si pudiera ocurrir lo que desearan los mortales que se realizase, lo primero que querría sería el regreso de mi padre”. Telémaco (hijo de Ulises).
el padre es realmente necesario en la constitución psicologica y vital de cada uno de nosotros, y de todos.
ResponderEliminares esa fuerza que nos lleva a crecer, a saber perder y a contenernos.
es necesario.