sábado, 17 de septiembre de 2011

A Propósito de la Mentira

Cuando pensamos en el engaño, acuden a la mente las mentiras que se han cobrado algún precio emocional o económico en nuestra vida. Sin embargo, la realidad del engaño es muy diferente de aquella que los recuerdos dolorosos nos hacen creer. Nuestra relación con la mentira es mucho más íntima y mucho más frecuente de lo que en principio creemos.



Cuando Mentimos y Nos Mienten.

Nos mienten con frecuencia en un solo día. La mayoría de las mentiras no las notamos, o ni siquiera las consideramos engaño: publicidad no veraz, correo electrónico malintencionado, noticias tendenciosas, etc.

El hecho de mentir no se limita a un aspecto de la sociedad, o a un tipo de persona o de institución. Mentir impregna, en mayor o menor grado, el modo en que llegamos a conocernos los unos a los otros y la manera en que formamos las relaciones. Es un aspecto más de cómo educamos a nuestros hijos y de cómo elegimos a nuestros líderes. Y encontraremos el engaño y la mentira, en pocas o no tan pocas ocasiones, como parte integrante de nuestra economía y de los medios de comunicación.

En realidad, el engaño está tan profundamente arraigado en el funcionamiento de la sociedad que, si lo elimináramos de raíz, tal vez no reconoceríamos la sociedad resultante. Y quizás tampoco nos sentiríamos muy cómodos en ella (al menos al principio).

Los psicólogos han descubierto que reflejar las opiniones del otro, aún a costa de la verdad, es una estrategia muy corriente para congraciarse con los demás. La explicación es simple: la mayoría de la gente huye del conflicto y de estar en desacuerdo. Se construyen relaciones en base a cuestiones en común, por encima de la estricta veracidad.

El Mito de la “Mentira Piadosa”.

El mito de la mentira piadosa es un cuento de hadas. Comúnmente  se cree que este tipo de mentiras no hacen daño a nadie, mientras que las mentiras “reales” sí que son malas, cuestan dinero, o causan dolor. Es una falacia: si una mentira sale bien, alguien resulta engañado. Y algo crucial: aunque el engañado no lo sepa nunca, el que miente sí que lo sabe.

Las “mentiras piadosas” van manchando la vida con frecuencia. La acumulación de manchas puede erosionar nuestra confianza en los demás, volviéndonos suspicaces y desconfiados.

La Ventaja del Mentiroso.

No es necesario ser un hábil timador para engañar a decenas de personas, incluso brillantes y cultas. Tampoco es necesario tener una capacidad de cálculo o autocontrol excepcionales para engañar. La ventaja del mentiroso es la economía de esfuerzos cognitivos que evitamos hacer para escudriñar y rastrear una mentira, además de la complacencia que se tiene cuando engañan a nuestro frágil ego con vanaglorias o refuerzos impostores. Así pues, detectar una mentira es muy difícil. El mentiroso explota una de nuestras debilidades, retándonos a menudo a una capacidad que no poseemos.

La dificultad para captar una mentira es una realidad que en algunos ámbitos nos han hecho creer que se poseen tecnologías o recursos psicológicos para desenmascarar con seguridad al mentiroso. Esto es absolutamente falso.

Desviar la Mirada.

Existe un mito muy corriente acerca de rasgos o señales comunes del mentiroso. Pensamos que se necesita un aplomo específico, o que el mentiroso desvía la mirada, tamborilea los dedos o arrastra los pies. Nada de esto es cierto en general, lo cual supone una ventaja para el mentiroso. Tampoco es cierto que la mentira lleve siempre asociado el sonrojo o la sudoración. Todas estas manifestaciones orgánicas pueden tener más relación con otros ámbitos psicológicos como la sumisión o la deferencia, el respeto o la timidez.

La proliferación actual de los polígrafos, o “narices de Pinocho” electrónicas, es un exponente de lo anterior. Los polígrafos no son detectores infalibles de mentiras. Los polígrafos basan su funcionamiento en cambios de conductancia del organismo ante las mentiras, que se supone generarán ansiedad y se podrán registrar. Pero no es siempre así: depende de la persona, de las circunstancias ambientales, y de muchos otros factores exógenos. Por ejemplo, se puede generar ansiedad por el simple hecho de estar enganchado a una máquina o estar sometido a una evaluación, sin que estemos mintiendo. Y viceversa, tras cierto entrenamiento, se puede engañar al polígrafo y pasar mentiras sin detectarlas.

Otra de las ventajas del mentiroso es la predisposición de las personas hacia la verdad, aunque de antemano nos adviertan de la alta posibilidad de la mentira. En este fenómeno intervienen dos factores: la economía de esfuerzos que las personas tendemos a asumir (detectar la mentira es un “sobreesfuerzo”) y el rol de cómplices complacidos (que aparece en el caso de los maltratadores).

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